Formado en el fragor de la Guerra Civil Rusa de 1917-1923, el “Ejército Rojo de los Trabajadores y Campesinos” fue la pieza clave para el triunfo del comunismo en Rusia. Su relativamente alta disciplina y moral permitió a Lenin y al Partido Comunista imponerse frente a los rusos blancos en el sangriento enfrentamiento.
Años más tarde y con Stalin ya asentado en el poder, el Ejército Rojo se convirtió en un instrumento clave para el ejercicio de su poder, tomando parte en las brutales acciones contra los disidentes políticos y las minoría étnicas. Aunque potente en cuanto a efectivos y a potencia de fuego, el Ejército Rojo heredó algunos de los problemas del antiguo ejército zarista, en especial el aislamiento con respecto a las nuevas tendencias en el exterior, tema al cual no ayudó el vacío internacional a la todavía joven Unión Soviética.
Deseoso de acrecentar su poder, Stalin desencadena en 1937 una purga contra la oficialidad del Ejército Rojo, a la que acusa de conspirar en su contra. Muchos de los altos oficiales que habían ganado la Guerra Civil son destituidos. Algunos serán juzgados y ejecutados, como el Mariscal Tujachevski, en ese momento comandante del Ejército Rojo. Las purgas son un tema controvertido y difícil de analizar, ya que el caos administrativo que era la Unión Soviética durante esos años y la escasez de documentos no ayuda precisamente a la investigación histórica. Las cifras sobre los oficiales represaliados son muy diversas, aunque la que más se acepta generalmente es la de 30.000. En cualquier caso, está claro que se cebó con el generalato y con los altos cargos militares. Cientos de oficiales competentes fueron sustituidos por mediocres cuyo único mérito era su fidelidad a Stalin y al Partido. Tampoco está clara la influencia que los servicios de inteligencia alemanes pudieron tener en las sospechas de Stalin. Parece ser que existió un plan alemán, ideado por Reinhard Heydrich, destinado a levantar sospechas infundadas sobre los altos cargos soviéticos, para que así Stalin los destituyese y provocase el caos interno. Como en otras cuestiones, es difícil conocer cual fue la influencia real de este plan germano en el siempre paranoico Stalin.
Aunque sus efectos han sido exagerados, es cierto que la Gran Purga hundió la moral del Ejército Rojo, generó un ambiente enrarecido de politización y sospechas dentro del ejército y privó a los soviéticos de algunos de los pensadores militares más avanzados de la época. Stalin decidió compensar estas fallas volcando los recursos de la Unión Soviética en el sector militar. En 1938 el presupuesto militar se había triplicado respecto al año anterior y el Ejército Rojo alcanzó la cifra de 1.500.000 hombres. También se hicieron grandes avances en cuanto a la mecanización y al desarrollo de blindados, si bien las doctrinas respecto al uso de los tanques en el campo de batalla aun estaban totalmente desfasadas.
Sin embargo, las grandes cifras ocultaban los grandes problemas de un ejército que no estaba preparado para la nueva guerra moderna. La ayuda militar soviética al bando republicano durante la Guerra Civil Española sirvió para probar (con buenos resultados) el nuevo armamento en combate y constatar que muchas de las tácticas seguidas por los soviéticos estaban ya anticuadas. Sin embargo, la Unión Soviética no le prestó demasiada atención y prefirió regodearse en los buenos rendimientos que sus aviones y carros habían conseguido.
Dos carros soviéticos durante la Guerra Civil Española. A la izquierda una tanqueta BA-6, y a la derecha un T-26
Entre 1938 y 1939 las fuerzas soviéticas en Siberia sostuvieron una serie de escaramuzas con las fuerzas japonesas que ocupaban Manchuria, que en algunos momentos llegaron a convertirse en batallas a gran escala (aunque nunca oficialmente en una guerra). La principal de ellas fue la de Khalkhin Gol, en Agosto de 1939, y en la que llegaron a combatir más de 130.000 soldados entre ambos bandos. La victoria fue para los soviéticos, que parecieron ignorar que contaban con la superioridad numérica y material y que los japoneses luchaban a cientos de kilómetros de sus bases. Semanas más tarde, la Unión Soviética invadió la parte oriental de Polonia sin apenas oposición, en virtud de sus acuerdos con la Alemania Nazi. Parecía que el Ejército Rojo había superado sus problemas y era una fuerza invencible. Nada más lejos de la realidad.
Soldados soviéticos durante la batalla de Khalkhin Gol en el verano de 1939. El carro es un BA-6
El 30 de Noviembre de 1939 la Unión Soviética invadió Finlandia. Fue la conocida como “Guerra de Invierno”, uno de los conflictos asociados a la Segunda Guerra Mundial. El Ejército Rojo movilizó una fuerza militar de 1.000.000 de hombres, 6.500 carros de combate y unos 3.800 aviones. Enfrente Finlandia solo tenía a unos 340.000 soldados y un número anecdótico de tanques y aviones. Contra todo pronóstico, Finlandia se convirtió en un infierno para el Ejército Rojo. Por primera vez, los soviéticos tenían enfrente a un ejército que aunque muy inferior en número, estaba muy bien organizado, conocía el terreno y con la moral alta de quien defiende a su país de una invasión. Además, los finlandeses recibieron material moderno de guerra gracias a los envíos de ayuda sueca, alemana y aliada.
El Ejército Rojo manifestó su falta de organización interna, la debilidad de la cadena de mando, la incapacidad de muchos oficiales y lo anticuado que resultaba buena parte de su material y de sus tácticas. Solo una serie de ataques en masa durante la primavera de 1940 y que le costaron a los rusos enormes pérdidas, y el bombardeo de las ciudades finlandesas obligó a los finlandeses a firmar la paz con Stalin y entregarle ciertos territorios. El Ejército Rojo dejaba atrás unos 100.000 muertos y 250.000 heridos. La moral estaba en su nivel más bajo y el mundo constataba de que la Unión Soviética era, a lo sumo, una potencia militar de segunda.
Columna soviética durante la Guerra de Invierno. Finlandia se convirtió en un infierno para el ejército más grande del mundo.
En los meses siguientes hubo nuevas destituciones de oficiales y Stalin inició una serie de reformas militares para adaptar al Ejército Rojo a los nuevos tiempos. Pero en Junio de 1941, cuando llegó la invasión alemana, el Ejército Rojo era esencialmente el mismo que había fracasado en Finlandia. Oficiales y suboficiales eran inexpertos y estaban inadecuadamente preparados, las comunicaciones militares eran un desastre, todavía basadas en el telégrafo, y la logística brillaba por su ausencia. Además, pese a sus grandes números, las divisiones de infantería soviéticas distaban mucho de encontrarse al 100% de efectivos: entre 8.000 y 12.000 hombres cuando debería de haber sido 18.500.
Pero la Unión Soviética contaba con una ventaja. El soldado soviético, aun mal armado y mandado, es excepcionalmente duro y resistente, y además estaba espoleado por la necesidad de defender a su país frente al invasor alemán. Además, a lo largo de la historia Rusia ha recibido numerosos golpes, pero está en su carácter saber encajarlos y descubrir donde se ha fallado y porqué se han recibido. Conforme la invasión alemana se convertía en un desastre para los soviéticos, oficiales competentes fueron sustituyendo a los inútiles, el armamento anticuado fue siendo renovado y las tácticas militares fueron puestas al día. En 1945 el Ejército Rojo era ya, sin duda, uno de los mejores ejércitos del mundo en todos los sentidos.
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