HM´s Armed Forces (I): British Army

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La bandera del Ejército Británico



Entre 1914 y 1918 el Ejército Británico puso en pie de guerra a un enorme ejército de casi nueve millones de hombres desplegados por todo el globo. En 1939 poco quedaba de esa vasta fuerza militar. Los continuos problemas económicos de los años veinte y treinta, la tradicional creencia británica en que la superioridad marítima bastaría para ganar cualquier guerra y la política de apaciguamiento de los gobiernos de los años treinta llevó a descuidar a las fuerzas armadas en general y al ejército en particular hasta niveles ridículos para una potencia de la importancia del Reino Unido.

El servicio militar obligatorio había sido derogado al finalizar la Gran Guerra, y durante los veinte años siguientes los efectivos del Ejército Británico no habían hecho más que disminuir. En Agosto de 1939, oficialmente, el Ejército Británico propiamente dicho (Regular Army) contaba únicamente con 240.000 hombres, de los cuales 100.000 estaban desplegados en las colonias. Era un ejército profesional, muy bien entrenado pero pésimamente equipado, y más pensado para actuar como fuerza policial en las colonias que como fuerza de combate. Este pequeño ejército estaba agrupado en cinco divisiones de infantería, una división blindada y tres brigadas independientes. Apoyando al Ejército Británico estaba el Ejército Territorial (Territorial Army), una especie de fuerza de reserva, similar a la actual Guardia Nacional de EE.UU. Los miembros de Territorial Army eran civiles que recibían un entrenamiento básico y en caso de emergencia eran llamados a filas. El entrenamiento y el equipo de estos soldados territoriales dejaba muchísimo que desear, pero formaba una fuerza de reserva considerable, con unos 200.000 hombres.

A estas fuerzas había que sumar los 45.000 soldados coloniales reclutados en las posesiones del Imperio Británico, muy desigualmente entrenados y distribuidos. En la India, joya del Imperio, el Royal Indian Army podía poner, siempre en teoría, en pie de guerra a 400.000 hombres, entre las unidades allí desplegadas del Regular Army y los indígenas. Además, estaban los ejércitos de los Dominios del Imperio Británico (Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica), que aunque funcionaban como ejércitos nacionales, en caso de necesidad podrían ser (y de hecho fueron) puestos bajo mando británico. En 1939 los ejércitos de estos cuatro estados sumaban tan solo 15.000 hombres, aunque sus milicias locales encuadraban a 320.000 más, aunque de muy dudosa capacidad militar.

El equipamiento del Ejército Británico dejaba mucho que desear en 1939, y eso sin contar el del Territorial Army, que era, sin paliativos, un auténtico desastre. El soldado del Regular Army contaba como arma principal el fusil Lee Enfield Nº4, un arma bastante buena que empezó a fabricarse en 1896 y que aun hoy se utiliza en algunos conflictos en el Tercer Mundo. Fiel a su tradición castrense, el soldado de infantería inglés recibía un fuerte entrenamiento en cuanto a puntería y cadencia de tiro.


En cuanto a subfusiles, el panorama era mucho peor. En los años treinta se compraron en Estados Unidos submatrelladoras Thompson, el arma típica de las películas de gángsteres. Era un arma muy adecuada para robar bancos, pero que en combate se convertía más en un estorbo que en otra cosa. Por ello, rápidamente se intentó sustituir con el Sten, mucho más ligera, barata y fabricada en Inglaterra. El Sten, aun siendo mucho mejor que la Thompson, daría muchos problemas, especialmente durante los combates en el desierto.

En cuanto a las ametralladoras, en 1939 se usaba la Vickers 303 enfriada por agua, una antigualla procedente de la Gran Guerra y que mató a más alemanes de risa que por balas. Más adelante, se tomó como modelo al ametralladora checoslovaca ZB26, mejorándose el diseño y dando como resultado la Bren, una magnífica arma.

La artillería era otro de los puntos débiles del Ejército Británico de 1939. El cañón más usado era el modelo de 6 libras procedente de la Gran Guerra, una pieza totalmente anticuada e inoperante. En cuanto fue posible, fue sustituido por el mucho más eficaz cañón de 5 pulgadas y media. Aun así, la producción de cañones nunca llegó a satisfacer por completo la demanda del ejército, y hubo siempre cierta escasez de cañones en los frentes británicos. En cuanto a los antiaéreos, Gran Bretaña usaba el genial modelo sueco Bofors, construido bajo licencia, aunque al empezar la Guerra apenas se contaba con un puñado. Más aun, en 1941 y con Inglaterra aun bajo la amenaza de los ataques aéreos, solo había 500 disponibles en todo el Imperio. La artillería anticarro brillaba por su ausencia.

Churchill se lamentaría al llegar al gobierno que Gran Bretaña, el país donde había nacido el carro de combate, no contaba ni con una sola división de blindados digna de ese nombre. En teoría, en 1939 el ejército contaba con una división acorazada, pero la realidad es que apenas se podía hablar de dos regimientos de carros, equipados con modelos ya claramente obsoletos. Los principales modelos eran el Vickers Mark II y el Carden Loyd de 1.7 toneladas, este último una auto ametralladora sin ni siquiera cañón. Su desastroso rendimiento en combate obligó al desarrollo rápido del A-15 Crusader y el Churchill. Aunque estos modelos estaban más cercanos a lo que debería ser un tanque, no entrarían en servicio hasta finales de 1940, y aun así tendrían un rendimiento en combate muy inferior al de los carros alemanes. Además, los oficiales ingleses se habían mantenido totalmente al margen de las nuevas corrientes de pensamiento militar que corrían por Europa. Hasta que la Blitzkrieg no se demostró en todo su poderío, los tanques debían, en opinión británica, servir únicamente como apoyo a la infantería.

En conclusión, el ejército británico de 1939 era una fuerza totalmente incapacitada para enfrentarse a la acometida que Europa iba a sufrir. Unos meses antes del inicio de las hostilidades, el 27 de Abril de 1939, fue reinstaurado el servicio militar. Aunque rápidamente se reclutaron a 35.000 hombres, el entrenamiento y el equipamiento que recibieron fueron muy deficientes. Durante los tres primeros años de guerra, la multitud de frentes que el Imperio Británico se vio obligado a cubrir convirtió que el reclutamiento fuera casi improvisado y conforme se formaban nuevas unidades se enviaban al campo de batalla. Aun más, la llegada a filas de cada vez más ciudadanos-soldado movilizados provocó fuertes prejuicios contra los militares profesionales, cuya prestigio había quedado muy dañado por la Primera Guerra Mundial y los desastres de 1939-1941. A ello había que sumar las asfixiantes tradiciones clasistas de otras unidades, que ahogaban cualquier nuevo concepto. El Ejército Británico tenía por tanto enormes problemas al inicio de la guerra, pero la moral de su pueblo y sus soldados, el claro liderazgo de Churchill y la oportuna ayuda americana contribuyeron forjar las premisas de la futura victoria.

2 comentarios:

Ernst Wolf dijo...

Buen artículo y buen blog. Lo enlazo desde el mio.
Los alemanes cometieron un error apartando su atención de los ingleses tras 1941, y posiblemente Hitler lo sabía.
Forzando un paralelismo histórico, sería similar al “sé que no debería dejarle libre” que dijo su tocayo acerca de Julio Cesar, “Ya que este muchacho vale por muchos Marios”

Saludos

Sila dijo...

Gracias y bienvenido a este todavía joven blog. Yo también te enlazo.

En cuanto a los ingleses, lo cierto es que Hitler no quería el enfrentamiento con el Imperio Británico. En el fondo, el mayor sorprendido de la declaración de guerra británica fue el propio Führer. Hitler quería llegar a un acuerdo lo antes posible para concentrarse en el Este, su auténtico enemigo.

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